EL ACOSO SEXUAL EN CALLES Y BUSES, RELATADO POR ADOLESCENTES LOJANAS
- Silvana Sanmartin
- 1 ago 2015
- 4 Min. de lectura

Mamacita rica, pis pis, qué curvas mi amor, huy los ángeles se cayeron, ¿te acompaño?, ¿por qué tan solita princesa? De pronto los piropos en el bus, además de los roces, manoseos y toqueteos voluntarios o involuntarios que reciben se convierten en quejas que escucho de ellas reiteradamente. Se trata de estudiantes de colegio de la ciudad de Loja, que tienen entre 15 y 17 años de edad.
Para esta crónica los nombres de las chicas han sido protegidos, debido a su condición de menores de edad. Las experiencias y testimonios recopilados fueron obtenidos en mayo de este año, cuando trabajé mi tema de tesis para alcanzar mi licenciatura. Casi todas las mañanas, cuando el reloj marcaba a las ocho o diez de la mañana, me sentaba con ellas a conversar en el interior de un aula de clase. Los testimonios fueron unos más sorprendentes que otros, pero la mayoría insistían en cómo iban vestidas cuando fueron acosadas en el interior de las unidades de transporte público o en las calles de la ciudad, me refiero a la falda, al short, a la blusa escotada, al pantalón ajustado…
Una grabadora desteñida por el tiempo y una libreta de apuntes casi sin hojas recopilaron los testimonios. Recuerdo que cuando encendía el aparato y presionaba la opción “grabar voz” había inquietud, me imagino que por falta de costumbre o porque nadie todavía había llegado a escucharles y preguntarles sobre estos casos. Algunas se cohibían de hablar, les daba recelo, se pasaban la grabadora de mano en mano, hasta que una valiente se atrevía a narrar su experiencia de acoso.
Las chicas vestían su uniforme de colegio a la hora de dar sus versiones: falda con pliegues, chompa abrigada, medias largas, zapatos negros y una que otra con ojos y labios encendidos por el color del maquillaje. Conversaban bajito con la compañera de al lado, susurrándole al oído lo que no querían que las demás supieran; era evidente que estaban intranquilas y no sabían qué historia contar, porque decían tener varias.
Las narraciones de a poquito iban adquiriendo forma. El acoso no solo se daba en los buses, sino cuando caminan por la calle. Las miradas, roces, piropos, silbidos, besos volados son frecuentes. Se han dado casos en los que ciertas chicas han sido seguidas a pie o en vehículo. Y hasta los más extremos: las adolescentes han sido víctimas de exhibicionismo de genitales y han tenido que ver una masturbación en público. Según esos testimonios, hombres jóvenes y adultos caen en excesos que agreden y ofenden, señalan las estudiantes.
Para las jóvenes los gestos y las palabras son más ofensivos de lo que muchos creen. Ellas la catalogan de vulgar y grosero porque solo se fijan en sus piernas, en su cintura, en sus senos y en sus caderas.
Al comentar a sus familiares las historias sobre acoso sexual en espacios públicos, los parientes suelen aconsejar a las chicas que se vistan “recatadamente”. “No salgo a provocar, me visto como yo quiero, nadie tiene porque decirme nada”, decía Estefanía. Viviana asentía y agregaba: “yo me visto para mí, no para ellos”.
Las chicas desearían gritar al ser víctimas de acoso, pero la mayoría de veces ignoran a los agresores, tratan de evitar problemas. “Hago como si nada hubiese pasado”, revelaba Valeria. Las chicas, evidentemente, han repasado en sus mentes cómo responderían al acoso, pero ninguna se ha atrevido, a pesar de que las historias se repiten.
“Iba en el bus y me dirigía a la casa de mi prima. Estaba repleto de gente, porque era las seis de la tarde, y como no había donde sentarse me quede paraba. De repente dos chicos que estaban en el fondo, en el momento que salían, según ellos pidiendo permiso, me fueron agarrando las nalgas y no pude hacer nada: me quede quieta y sorprendida”, relataba Maribel.
“No tengo la culpa de como me queda la ropa. Un día iba por la iglesia de las pitas y había un grupo de chicos. Cuando pasaba frente a ellos, uno me dio una nalgada; yo no sabía qué hacer. Me puse roja de vergüenza, quería llorar y gritar al mismo tiempo. Un hombre de la tienda salió y los regaño, pero luego me dijo ‘para que andas así, echa la buenota”.
“Estaba caminando con mi familia y me adelanté un poco. Un señor maduro me dijo ‘que buenota que estas’, pero lo ignore. Mi hermano menor me contó que casi había cogido mi nalga. No es la primera vez que me pasa; en las construcciones te gritan o te dicen ‘mamita rica’ y si no les haces caso te dicen ‘hecha la ricota pasas’. Todo esto me ofende, me parece una falta de respeto”.
Las adolescentes, entonces, se animaron porque las pláticas se volvieron cada vez más interesantes. Me pidieron una mayor cantidad de tiempo para seguir charlando, pero el período se había terminado por disposición de las autoridades del colegio.
Estos testimonios reflejan el acoso sexual público, que es un tema invisibilizado y hasta naturalizado en la sociedad lojana. Es decir, estamos conscientes que existe y agrede, pero solo lo ignoramos, cruzamos la calle, evitamos o les decimos a las chicas “no les hagas caso”, en lugar de interesarnos por cambiar escenarios que contribuyen a generar violencia, para crear espacios públicos con respeto y equidad de género.
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