EL LENGUAJE DE LA PIEL
- Stefany Ortega
- 1 ago 2015
- 3 Min. de lectura

El reloj marca las 14H00. En la sala de espera, se encuentra Lizbeth, una mujer de 18 años que ha esperado toda su vida para llegar a la legalidad y realizarse un tatuaje, “¿Te tatuaras?” “Sí, es mi primera vez, espere tanto, que emoción”.
Su ropa es muy poco usual, lleva los Jean rotos en las rodillas, y una camiseta de Radiohead, su rostro delata la emoción, de sus pupilas sale un destello de felicidad y sus nervios se notan en el titubeo de su delgado cuerpo, aquí también esta Johan su novio de 21 años y su mejor amiga Alexandra de 17, ambos parecen tranquilos, en su piel se ven ya algunos dibujos grabados.
Tras una puerta transparente, solo se observan siluetas, el sonido de la máquina de tatuaje se escucha estremecedoramente, alimentando la ansiedad de Lizbeth, “ya mismo te toca” “relájate un poquito”. Al fin se ha abierto la puerta, sale un hombre de cabello rizo, lentes, vestido de negro y converse, su nombre es William Yaguana, realiza tatuajes desde hace 5 años, “Pasa” dice mientras se pone una mascarilla.
Lizbeth se pone de pie y camina lentamente exclamando “Listo. Llego el momento” “Ya me venía preparando psicológicamente para el dolor” .
Todo parece estar perfectamente planeado, Liz ya ha elegido su dibujo mucho antes de la sesión de tatuaje, William coloca en su piel una calcomanía que tiene la figura del símbolo que ha escogido, para inmortalizar en su piel, “¿Por qué escogiste ese dibujo Liz? “Porque me recordará para siempre a mi pá, el murió hace poco y esta es una forma de recordarlo” “¿Entonces por qué esperaste hasta cumplir 18” “Porque mi má se hubiera molestado mucho, ella dice que solo los malandros tienen tatuajes”.
En pequeños vasitos, hay colores que William ha colocado para poner su máquina en marcha, el sonido empieza nuevamente, y el semblante de la joven Liz han cambiado notoriamente, “Te duele?” pregunto “Un poquito” responde de su piel brota un poco de sangre tas el repasado de la aguja que va a 1.500-3.000 pinchazos por minutos, cuando voltea para ver cómo está quedando me mira, toma la mano de su novio y sonríe diciendo, “es tan hermoso, vale la pena.
Me pregunto si esa es la misma sonrisa que yo llevaba el día que decidí tatuar, mi experiencia como la de otros fue reconfortante cuando vimos los resultados, Lizbeth y yo teníamos algo en común, habíamos escogido a la misma persona para que nos marque la piel. Una vez termina la sesión las risas y unas lágrimas no se hacen esperar mientras Liz se mira en el espejo su tatuaje, mientras William guarda sus instrumentos le pregunto “¿William escuchaste lo que Liz dijo?” “¿Qué cosa?” “Lo de su madre” “Sí no me sorprende la gente de mi ciudad aún sigue marginando esta práctica, el tatuaje ya no es tabú” me lo dice tras un gesto de angustia marcado en su cara “¿Después de hacer esto tantos años, que descubriste Willy?”
“Descubrí que el tatuaje puede ser muchas cosas, pero lo me motiva y apasiona a cambiar la piel de los demás, es el recuerdo que quieren perpetuar, con un significado único que se esconde en sus mentes y corazones, puedes contar tu historia a través de un tatuaje, solo él te permite hacerlo de una forma tan interesante, llena de colores y misterio, un tatuaje te dice lo que no te atreves a decir”
Cuando caminaba a casa recordaba las palabras de William y la conocida campaña contra el prejuicio al tatuaje denominada ¿Cuál es la diferencia? ideado por Oscar Quetglas, reconocido diseñador gráfico y fotógrafo de Mallarca. Esta, busca eliminar los prejuicios del tatuaje en nuestra sociedad. Me pregunto ¿Loja alguna vez estará lejos de juzgarnos por habernos tatuado?
¿Desaparecerán los prejuicios de nuestra ciudad que nos enjuician y marginan?, es claro que no puedo responderme a estas interrogantes, pero puedo concluir a partir de mi observación y opiniones que esta experiencia me ha dado, el tatuaje es un medio de comunicación muy usual en los últimos años, dentro de él se encierran muchos componentes ideológicos, culturales, emocionales y artísticos que merecen ser bien visto dentro de un núcleo social, ni los vocablos que se han creado para rechazarnos “malandro” “pandillero” “mariguanero” detendrán a este fenómeno de arte corporal que se impone ante nuestra humanidad.
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